martes, 24 de noviembre de 2009

Vuelo en una tarde de otoño


Tarde de otoño. Emprendo este vuelo tan esperado. A falta de un plumaje propio, debo aceptar alas de acero. Suave deslice por el cielo, me separas de la multitud tan agobiante. Por momentos mi mente no es más que vacío infinito. Perplejo contemplo el horizonte curvilíneo, azulado, brillante. Agradezco a la vida estos ojos que me ha dado. Veo al origen desde las alturas. Y la veo pasar suavemente, a ella…si me viera, si mirar pudiera…me vería. La imagino escarbando la tierra. Sí, el origen, la mujer, la madre, la matrona, la señora, la raíz, el principio, motivo y fundamento de mi existencia. Me distraigo. Mente en blanco. De pronto emerges majestuosa entre las nubes, adornada por una fumarola. Con tu piel sacudida de la nieve que en un tiempo te hizo pensar adormecida. Volcán extinto, según los textos del pasado. Sin embargo, te revelas como la mujer en el otoño cuyo fuego es de otra naturaleza, de anhelo de amar y sentirse amada. Suave deslice por el cielo ahora en tu compañía. Volteo por la ventana y tú me miras. Me iluminas. Te contemplo y te fijo en mi memoria para siempre. Siento ganas de escalar tu piel candente, sentir de cerca el calor de tu magma, estar en ti. Ahora desapareces en la bruma, pero ya te llevo en mí. Veo hacia abajo los colores dorados de la tierra, veo tu piel y aterrizo sobre ella… en tus brazos…amor.


Guillermo.

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