martes, 4 de agosto de 2009

Las estaciones del año y de la vida

En algunas partes del mundo, no muy cerca ni muy lejos de los polos, las estaciones del año son tan marcadas como las estaciones de la vida misma. Qué privilegio para quien habita estos lugares y para quien aprende a disfrutar sus propias estaciones, pues cada una tiene su encanto. En la primavera, se incrementa la actividad animal en general. Se hace evidente el reclamo y el canto de las aves. Los seres adormecidos despiertan con la tibieza de los rayos del sol. El instinto de procrear se extiende inclusive al ser humano, en el inconsciente, disfrazado de una atracción inexplicable, amistad profunda, amor, lujuria…demencia temporal. Las plantas pioneras hechizan con sus brillantes colores -amarillo, violeta, azul rosa, etc.- e invaden con sus aromas, provocando múltiples estímulos. Retoños y rebrotes vigorosos. Muchos insectos, emergen de sus capullos, transformados por la magia de la metamorfosis que los trasforma de gusanos repelentes en atractivas mariposas carismáticas, libélulas de alas transparentes, avispas de colores aposemáticos. La primavera es ansiada con vehemencia por muchas personas, llegando a idealizarla, buscando hacerla eterna; sin embargo, la eternidad de una estación sufre el riesgo de la monotonía, lo mismo que el invierno de los polos. En lo particular, prefiero los cambios, que renuevan y mantienen el dinamismo de la vida a pesar de la muerte.

El verano, te invita a vivir esa experiencia proporcionada por los elementos de la naturaleza. La lluvia, las tormentas, los vientos huracanados, el tiempo inestable, impredecible, turbulencias. Espacios, situaciones y momentos que implican retos, esfuerzo, compromiso. La vida en su máximo esplendor. Interacciones múltiples, mutualismo, depredación, parasitismo. Críos y renuevos luchando por sobrevivir, buscando su propio espacio. Nodrizas protectoras. Ancestros negándose a morir. Juveniles viviendo al límite. Ríos de fuertes corrientes...brisa del mar que te apacigua al atardecer…olas que acarician tu piel, bruma en el horizonte que, a su pesar, te permite disfrutar el sol. Savia abundante, fruta madura…epidermis tersa, cierta dulzura, con algunas huellas del tiempo. Verano, una estación…que decir…para vivir.

El otoño, con sus colores de añoranza: rojo, anaranjado, amarillo, violeta. Suave ruido de las hojas, que se desprenden de los árboles caducifolios y adornan el suelo. Viento frío que comienza a sentirse en las mejillas, acentúa las huellas del tiempo, pero invita a contemplar el azul profundo del cielo y la transparencia de tus ojos. Paisajes multicolores, que invitan a la serenidad y a revivir las sensaciones de otros tiempos, ahora sin prejuicios. Fauna en busca de resguardo para la próxima estación. Noches largas, oscuras, frías al exterior, pero tibias en tu refugio, sea éste un nido de hojarasca, una cueva bajo las rocas, o los brazos del ser amado. Cielo estrellado, o iluminado por una luna blanca, nítida…polvo de plata que adorna tus sienes. Sorpresivas erupciones volcánicas ajenas a los cambios de estación…movimientos telúricos que se extienden a cuerpos sinuosos….lava candente, abundante, letal en ciertos casos, maravillosa en otros, creadora de formas y sensaciones caprichosas…vida inesperada.

El invierno, detestado por muchas personas, tiene su encanto especial. El manto blanco sobre las copas de los árboles, imitado por las cabezas de las personas que se acercan a la sabiduría. El suave crujido de la nieve bajo tus pies…las huellas blancas que indican tu camino andado, la satisfacción de haber llegado. La belleza inigualable de tu sonrisa, el hálito emanado de tu boca, el color rojo de tu nariz, tus ojos húmedos y parpadeantes. Tu cuerpo estoico. El frío, ciertamente puede ser inclemente…letal en ciertos casos; pero en su parte positiva, no hay nada como observar la suave caída de la nieve, mientras reposas en tu lugar preferido. El humo de las chimeneas, el aroma a leña quemada, resina de árboles, el pan de trigo. La fauna despliega los dones perfeccionados por la naturaleza. El letargo invernal de los osos, el pelo extra del bisonte, los insectos enterrados en el suelo, en el raquis de los conos o bajo la corteza de los árboles. El pájaro carpintero y las ardillas visitando con frecuencia sus bancos de bellotas. El invierno te invita a compartir el calor con tus semejantes. El invierno no es el final, porque se acerca otra vez la primavera. La vida es un gran ciclo con muchos ciclos intermedios. Aprende a vivir cada una de las estaciones… del año…y de la vida.

Guillermo.

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